Article publicat al diari de La Vanguardia el dimars 24 de març de 1896.
En uno de los libros de bautismos archivados en la parroquial iglesia de San Martín de Palafrugell, hallará el curioso que lo visite una partida de inscripción que traducida del catalán al castellano dice: «A los diez del mes de Agosto del año de mil setecientos cuarenta y nueve en las fuentes bautismales de la Iglesia Parroquial de San Martin del castillo de Palafrugell, Obispado de Gerona, yo José Plana Prebere y Delmero primero de dicha Iglesia he bautizado á Francisco, Salvador, José, nacido el día seis del indicado mes y año, hijo legítimo y natural de Miguel Ametller. maestro de gramática de La Bisbal—habitante su muger en Palajrugell—y de María Ametller y Paguina consorte. Fueron padrinos don José de Ciurana, habitante en La Bisbal, y Agata esposa de Francisco Planas y Pi de Torroella de Montgri».
¿Quién hubiera dicho? ¿Quién hubiera adivinado entonces de los que llevaron al recien nacido, para darle el sello del cristianismo con las aguas bautismales, bajo las esbeltas bóvedss de aquella glesia edificada un día por mandato de nuestros reyes, y más tarde propiedad del prior de la iglesia de Santa Ana de Barcelona, como sucesora de los Templarios en el dominio de aquella entonces Universidad, castillo ó cabeza de baylia. Formábanla los pueblos de Llofriu y Montrás, contando (año 1400) l7 hogares el primero, 56 el segundo y 77 Palafrugell—que aquel niño sería cuando hombre orgullo y gloria de aquella villa, hoy rica, industriosa y floreciente, que sólo por casualidad le prestaba cuna bajo la techumbre de su hermoso y azulado cielo?
Contaría catorce años Francisco cuando ingresaba en el monasterio de Montserrat, donde le enviaron sus padres atendiendo á las aficiones musicales que en el joven preveían.
Ocupando puesto distinguido por su aplicación y talento, pasó algunos años en la escolanía de aquel Monasterio, querido y estimado por discípulos y maestros, hasta que, llamado por sus padres, abandonó, bien a pesar suyo, aquellas agrestes montañas para dedicarse sólo al cuidado de su familia, á cuyo lado siguió el estudio de la Gramática latina, cupiendo á los autores de sus días la gran satisfacción de verle vestir el hábito sacerdotal en tempranísima edad.
Las nuevas obligaciones que le imponía el cargo de ministro del Señor, no fueron óbice para que abandonara sus primeras aficiones, siguió sus estudios musicales, estudió y estudió con decisión y ahinco y pronto, muy pronto fueron sus conocimientos conocidos nombrándosele maestro de capilla en Figueras y luego chantre en la Catedral de Tarragona, cargos que tuvo que abandonar, por algún tiempo, para dar el último adiós á sus enfermizos padres que fallecieron recibiendo no solamente los auxilios de la santa religión católica, sí que la bendición del hijo sacerdote; bendición que para padres creyentes como lo eran los de Ametller es, sin duda alguna, la más grande y sublime de todas las bendiciones.
Muertos sus padres, sin aquellos seres á quienes tanto quería, desligado ya délos únicos lazos que podían atarle, retenerle y apartarle algo de sus aficiones artísticas y vocaciones humanas, resolvió el afligido sacerdote ingresar en calidad de monge en el Monasterio de Montserrat, lo que efectuó el catorce del mes de Octubre del año de mil setecientos ochenta y seis, á sus cuarenta años de edad, tomando el nombre que con él debía pasar á la posteridad, el de Padre Fray Mauro Ametller.
Poco tardó el nuevo monge en ser nombrado cantor mayor, causando gran satisfacción dicho nombramiento, no solamente á la comunidad, si que también á cuantas personas visitaban aquel venerando monasterio, ya que el Padre Ametller, con su magnífica voz de tenor bajete ó barítono, su grande inteligencia y maestría en la música y en el canto llano, fue tal el realce que dio á las funciones sagradas con su nuevo método, manera ó giro dado al canto; corrigiendo y arreglando el antiguo, que resultaba la admiración de todos, puesto que jamás se habían oído con la perfección, ajuste, afinación, aplomo y majestad con que se efectuaban entonces las referidas funciones de iglesia.
Compuso la Salve solemne que se canta todos los años después de completas; introdujo un modo nuevo de cantar la Pasión; puso en música el Pange Lingua y Vexilla Regis á cuatro voces; la adoración de la Santa Cruz del Viernes Santo, con orquesta y dos coros; los Pasos del Domingo de Ramos y Viernes Santo, y otras muchas que se guardan en Montserrat.
Las nuevas obligaciones que le imponía el cargo de ministro del Señor, no fueron óbice para que abandonara sus primeras aficiones, siguió sus estudios musicales, estudió y estudió con decisión y ahinco y pronto, muy pronto fueron sus conocimientos conocidos nombrándosele maestro de capilla en Figueras y luego chantre en la Catedral de Tarragona, cargos que tuvo que abandonar, por algún tiempo, para dar el último adiós á sus enfermizos padres que fallecieron recibiendo no solamente los auxilios de la santa religión católica, sí que la bendición del hijo sacerdote; bendición que para padres creyentes como lo eran los de Ametller es, sin duda alguna, la más grande y sublime de todas las bendiciones.
Muertos sus padres, sin aquellos seres á quienes tanto quería, desligado ya délos únicos lazos que podían atarle, retenerle y apartarle algo de sus aficiones artísticas y vocaciones humanas, resolvió el afligido sacerdote ingresar en calidad de monge en el Monasterio de Montserrat, lo que efectuó el catorce del mes de Octubre del año de mil setecientos ochenta y seis, á sus cuarenta años de edad, tomando el nombre que con él debía pasar á la posteridad, el de Padre Fray Mauro Ametller.
Poco tardó el nuevo monge en ser nombrado cantor mayor, causando gran satisfacción dicho nombramiento, no solamente á la comunidad, si que también á cuantas personas visitaban aquel venerando monasterio, ya que el Padre Ametller, con su magnífica voz de tenor bajete ó barítono, su grande inteligencia y maestría en la música y en el canto llano, fue tal el realce que dio á las funciones sagradas con su nuevo método, manera ó giro dado al canto; corrigiendo y arreglando el antiguo, que resultaba la admiración de todos, puesto que jamás se habían oído con la perfección, ajuste, afinación, aplomo y majestad con que se efectuaban entonces las referidas funciones de iglesia.
Compuso la Salve solemne que se canta todos los años después de completas; introdujo un modo nuevo de cantar la Pasión; puso en música el Pange Lingua y Vexilla Regis á cuatro voces; la adoración de la Santa Cruz del Viernes Santo, con orquesta y dos coros; los Pasos del Domingo de Ramos y Viernes Santo, y otras muchas que se guardan en Montserrat.
Ametller, como la mayoría de los artistas, no se concretó en un punto determinado, no se contentó con ser un gran músico, un gran compositor, se dedicó á la maquinaria y fue inventor de importantísimas máquinas hidráulicas; construyó un instrumento de tecla que se extendía en forma de vela de navío—y que le valió en 22 de enero de 1817 se le nombrara de la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona,—de sonido gratísimo, titulándolo Velocordio, recibiendo por dicho invento la pensión de cinco reales diarios, concedidos por el Rey Carlos IV en persona cuando visitó Montserrat el año mil ochocientos dos.
El diez y nueve de enero de 1803 dio cuenta á la Real Academia de un nuevo aparato que había construido para la elevación de aguas; trece años más tarde presentaba á la misma Academia de Ciencias Naturales otra invención de máquina para sacar las arenas del puerto.
Era Ametller literato, escribió no poco y bien, su Oración gratulatoria leida el 30 de abril de 1817 ante la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona; la memoria sobre su invento el velocordio que leyó en la misma Academia el 5 de noviembre de 1817; descripción de una sembradera, por él mismo inventada y que vio á luz en las Memorias de Agricultura de la Real Junta de Cataluña, y tantos otros trabajos, son demostración de la estima y consideración en que se le debe tener como á literato.
Jamás desperdició el sabio monje una hora; aquellas que tenía de reposo las dedicaba al estudio de la naturaleza; era su celda un verdadero museo, dice Orsini, de bellezas, en plantas é insectos que á fuerza de imponderable trabajo y de una constancia de largos años había él mismo disecado, buscado y recogido en la montaña, recordando aquellos ilustres solitarios que, sepultados en sus bosques y abstraídos del comercio humano, conservaron á la Europa, en medio de los siglos bárbaros, el precioso germen de los conocimientos literarios que ha fecundado en nuestros días.
La celda habitada por el ilustre palafrullense era un rincón de preciosidades, museo que visitaban cuantas personas acudían á rendir tributo de fe y homenaje á la devota Virgen patrona de nuestra tierra, mereciendo de cuantas tenían la dicha de verla y admirarla, grandes y merecidos elogios, como se los tributaron los Reyes Carlos IV, su esposa María Luisa, infantes y demás personas de la real familia, que en número de nueve visitaron la venerada Virgen en 1802, queriendo tocara en su presencia el fraile su velocordio; hízo también que se sentase doña María Luisa en una hermosa silla recubierta toda de riquísimas, hermosas y variadas mariposas, cogidas todas en los más escarpados picos del santuario.
Como otras de no menor estimación, desaparecieron de Montserrat aquellas preciosidades con el incendio y destrucción de aquel templo llevado á cabo por las hordas del coloso de Francia el año de mil ochocientos once.
Veinte años llevaba el Padre Ametller de monje de Montserrat cuando se trasladó, para descansar de sus fatigas, al monasterio de San Benito de Bages.
Allí y en sus últimos días traducía y de mano maestra, del castellano a! catalán, la renombrada obra de San Alfonso María de Ligorio, titulada Glorias á María.
Contaba Fray Mauro Ametller ochenta y cuatro años, cuando falleció después de haber alcanzado con sus virtudes, méritos y saber, no sólo un nombre que la historia debía legar á la posteridad, si que sobrados y suficientes para recibir allá en la patria de los justos y bienaventurados las recompensas que el Eterno Padre reserva á sus dignos hijos y estos treinta y tres, víctima de una corta enfermedad, folleció en el Monasterio de San Benito de Bages, el Padre Fray Mauro Ametller.
¿Qué Dios le tenga en su santa Gloria?
MIGUEL TORROELLA.
Fitó y marzo de 1896.
MIGUEL TORROELLA.
Fitó y marzo de 1896.
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